Fenomenología del tránsito vehicular_ Frederick Cooper
Etiquetas: Frederick Cooper, limaLa República
Sabado, 11 de febrero de 2012 | 5:00 am
No cabe duda de que uno de los problemas centrales de Lima –como el de muchas otras metrópolis contemporáneas– es el del tránsito vehicular. La cuestión central radica, fundamentalmente, en la insurgencia del rol que ha ido adquiriendo el automóvil de uso privado en desmedro del ciudadano, respecto al manejo de la infraestructura de la actividad urbana. Esta transferencia –que se ha producido en un breve tiempo– ha ido implantándose por lo general sobre vías públicas acuñadas muchísimo antes de que el automóvil irrumpiera en la escena urbana. La curva ascendente de su crecimiento pudo por lo tanto absorber al principio confortablemente su lenta intrusión en infraestructuras de calles y plazas concebidas originalmente para el peatón, o su envergadura funcional y pública.
Al irse acentuando muy marcadamente las últimas décadas su incorporación a unas redes viales concebidas para el ser humano (o para carruajes y recuas de uso esporádico), se ha ido atrofiando un aspecto básico de la vida urbana: dotar a los habitantes de una ciudad con vías mediante las cuales pueda desplazarse eficientemente. Subrepticiamente el auto privado se ha ido entrometiendo en una estructura que tiene su origen en los balbuceos de la humanidad, al introducirse abusivamente en un organismo que ha evolucionado hasta nuestro tiempo como la entidad que ha propiciado el advenimiento de aquel intercambio a través del cual fue civilizándose, un largo proceso que nos ha legado la espléndida herencia de hermosas ciudades que aún celebramos como paradigmas de un modo de vida fecundo y equilibrado.
La incursión del auto ha distorsionado las premisas básicas de aquella armonía. De un lado, porque al irrumpir progresiva y crecientemente en la vialidad de una plantilla –como es la ciudad– concebida para un usuario pausado y gregario, como el peatón, por lo general ha esclerosado sus flujos vitales, trabando así el funcionamiento de un organismo sin cuya empatía la vida social resulta atrofiada o inoperante.
La cuestión del tránsito debe por lo tanto encararse situando al vehículo de uso privado y motorizado como un recurso que ha suplantado la finalidad humana y social implícita en la concepción misma de la vida urbana. En cambio, en la actualidad el manejo urbano le ha conferido un rol prioritario, al circunscribir sus motivaciones a brindarle cauces siempre más holgados, intercambios fluidos o una amplitud que ha debilitado insensatamente el sentido nuclear que el centro o barrio deben aportar para el equilibrio psíquico y social de sus vecindarios.
No cabe, por cierto, la erradicación del auto privado sin antes dotar al orden urbano con modalidades de transporte público que suplanten eficientemente a su hegemonía como único medio para desplazarse dentro de una urbe. Tampoco es viable afrontar su predominancia sin implementar medios disuasivos que atenúen muy drásticamente su uso irrestricto, un vicio que excede por cierto su rol funcional, y que se ha extendido por ser igualmente una expresión de rango social, o un paliativo para la ansiedad afectiva o psíquica de los ciudadanos.
No hay, pues, atenuante a la destrucción del sentido urbano que ha acarreado la intromisión del auto privado, que no pase por recuperar para el individuo su rol protagónico en la vida urbana, dotando a su ser social con la infraestructura de un transporte público que no sólo aplaque al uso irrestricto, sino restituya el sentido gregario que es consustancial a la vida urbana.
Se trata, evidentemente, de una premisa que sitúa al tránsito como un problema que emana de una distorsión que debe afrontarse ante todo conceptualmente. En otras palabras, seguir entendiendo un aspecto básico del orden urbano –como es el desplazamiento de sus habitantes– como un asunto que atañe fundamentalmente a hacer más fluido el tránsito de autos privados (haciendo autovías, creando intercambios o regimentando sus desplazamientos) en vez de dotarlo de infraestructuras más ágiles y más confortables seguirá agravando la saturación de nuestras ciudades por parte de un ingrediente que ha pervertido al orden urbano.
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