CENTRO COMUNAL FLOTANTE – PUCALLPA - Proyecto de Fin de Carrera
Etiquetas: #4 HABITAR LA AMAZONÍA, amazonía, Arquitectura Sistémica, Arturo Gutiérrez, PFC-FAU-PUCP, Pucallpa
Arturo
Fernando Gutiérrez Rojas
Existe una comunidad que habita sobre el río
Ucayali, frente al puerto de Pucallpa. Se compone de ochenta casas-balsa
flotantes.
En el agua todo se desenvuelve en el ámbito
de la casa unifamiliar. Tanto lo privado como lo público transcurren en el
espacio interior de la casa. El único espacio exterior disponible son las
embarcaciones que se estacionan alrededor de las casas, lugar donde los niños
juegan creando mundos imaginarios increíbles por la sinuosidad del entorno.
El problema principal de la comunidad es la inexistencia de servicios públicos y
lugares de encuentro. Los niños viven en medio de serias limitaciones para su desarrollo.
El proyecto que propongo para atender esta
problemática consiste en un Centro Comunal Flotante con los siguientes propósitos y características:
-
En primer lugar, que saque de las casas
una parte de la función pública que ellas acogen y traslade esta función al
espacio común del centro comunal.
-
Mediante la combinación de usos
(públicos, comerciales, educativos), se incrementa la capacidad de generar
relaciones entre los habitantes de la comunidad flotante. El centro comunal
como lugar de encuentro genera sinergias entre las personas.
-
Un segundo programa que el edificio
acoge es el de guardería. Esta da cabida a un máximo de noventa niños. Posee cuatro
aulas, una ludoteca, sala de profesores y una enfermería, importante en este
lugar donde las infecciones abundan.
-
El piso está formado por módulos hexagonales
de madera que también se usan como mobiliario: al ser apilados pueden formar
mesas, gabinetes, sillas, etc.
-
Los domingos, cuando la guardería no atiende
el edificio da cabida a un mercado. Cada módulo flotante puede ser utilizado
para un puesto y el mobiliario del piso apilado para generar reposteros.
-
Finalmente, en alguna fecha especial la
comunidad flotante puede usar el espacio para una fiesta o reunión. Muchas
personas pueden socializar y establecer lazos en ese espacio.
-
El edificio se consolida como un
espacio de usos múltiples en respuesta a las numerosas carencias que posee su
entorno urbano.
Pero, cómo es que se llegó a esta solución. Se
definieron dos preguntas que iniciaron el proyecto: 1) cómo proyectar en el
agua; y 2) cómo proyectar en la Amazonía.
¿Cómo proyectar en el
agua?
La respuesta se obtuvo del habitar de las comunidades flotantes.
Lo primero que se necesita para vivir sobre el agua es construir un piso. La
comunidad flotante hace su piso con troncos de una madera muy dura llamada topa.
Pero esta base es ineficiente, resiste poco peso y se debe cambiar cada cinco
años porque se pudre.
Para hacer el piso se propuso un módulo flotante de madera de poca
densidad, cubierta con fibra de vidrio, material de protección que le da una
duración de 50 años o más. Se propone que el módulo flotante sea de forma hexagonal. El hexágono se acerca
más al círculo que es la forma geométrica que mejor optimiza la relación
espacio–recursos: el círculo genera el mismo espacio que el cuadrado y con
menos recursos.
Siete hexágonos (módulos flotantes) se
agrupan para formar el piso de una Unidad
Constructiva, la cual posee un centro estructural, un perímetro espacial y un techo. El
edificio base es formado por tres unidades constructivas, que actúan como un
trípode brindando la máxima estabilidad a la edificación. El edificio también
puede ser constituido por 4, 5, 6, 7 o más unidades constructivas; o se pueden construir
varios edificios que tendrán la capacidad de relacionarse entre sí, de manera
que se genera todo un sistema de espacios públicos.
La base
flotante (piso) se ha desarrollado recogiendo el concepto que nos muestra
la Víctoria Amazónica. Esta es una
planta de la amazonía cuya hoja flota y resiste bastante peso. La planta ha
optimizado recursos para volverse resistente y no hundirse; lo logra a través
de unas nervaduras en la parte inferior que forman espacios en donde se
almacena aire. Con este concepto se diseñó nervaduras y espacios de aire en la
parte inferior de cada módulo flotante.
¿Cómo proyectar en la
Amazonía?
La respuesta se obtuvo del habitar de las poblaciones indígenas
quienes han desarrollado la maloca
como espacio único donde vivir. La mayoría de veces la maloca es solo un gran
techo, por la necesidad de protegerse del sol y de la lluvia.
Siguiendo esta experiencia, se propone un Techo Colector de Agua. Resulta irónico
decir que en medio del río no se posee agua potable. El agua del río tiene muchas
partículas de tierra que dificultan tratarla. El agua de lluvia, en cambio, es
mucho más limpia y con menor tratamiento es posible usarla para consumo humano.
Se diseña entonces una Unidad Sanitaria
al centro de la unidad constructiva y alineada con el centro del techo.
Tanto el piso como el techo están
constituidos por elementos de forma hexagonal, pero en diferentes escalas. El
piso funciona como un engranaje gracias a que posee sus lados dispuestos en zigzag,
lo que brinda una mayor superficie para la unión entre los módulos y ofrece
gran capacidad de resistencia al movimiento horizontal.
El techo de cada unidad constructiva es un gran
hexágono que tiene facilidad de acople y logra estabilidad con solo apoyarse en
los techos de las otras unidades constructivas. Esto es posible gracias a que el
piso y el techo tienen 6 vértices en común.
Si bien este proyecto se ha desarrollado en
base a un caso específico, existen cientos de comunidades flotantes a lo largo
de toda la Amazonía. El sistema es apto para todo el territorio.
Con la situación actual del cambio climático
se están generando inundaciones en toda la Amazonía. Aquí vale preguntarse,
¿realmente es coherente habitar sobre la tierra en la Amazonía?, ¿o resultaría mejor habitar sobre el agua?
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El CreArturo
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jueves, 18 de septiembre de 2014
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23:17
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Ubicación:
Pucallpa, Peru
Shipibo Urbano – Investigación y Proyecto de Fin de Carrera
Etiquetas: #4 HABITAR LA AMAZONÍA, Cantagallo, desierto, Javier Lazarte, lima, PFC-FAU-PUCP
Javier Lazarte
Cuando uno ingresa a la selva acompañado de pobladores de la
zona, se encuentra en un entorno donde sólo existen bosques, ríos, animales y
plantas exóticas; entonces se percibe que todo tiene un orden y que todos los
que viven allí están en su naturaleza común. En cambio, cuando uno viaja en
Lima por la Vía Evitamiento, llega al paradero Setame, en la zona conocida como Cantagallo (frente al cerro San
Cristóbal) y encuentra una comunidad indígena de shipibos bien organizada, uno
queda muy asombrado y se pregunta ¿Cómo sucedió? ¿Por qué están allí? En sus
viviendas se pueden ver dibujos Kene (1),
muchos de sus habitantes son artesanos, otros son artistas, existen desde
curanderos hasta profesores bilingües (shipibo-español). Entonces, se entiende
que esta pequeña parte de la ciudad es, al mismo tiempo, reflejo de esta
cultura específica.
Hoy la comunidad está conformada por 289 familias (2),
cuentan con una escuela bilingüe y están en proceso de reubicación ya que en la
zona donde viven está prevista la construcción del Parque Cantagallo (3), el
cual forma parte de un proyecto mayor: Vía Parque Rímac (4). En ese contexto cabe preguntarse de qué
manera debe vivir una comunidad rural amazónica en una ciudad desértica como
Lima.
Este escenario me llevó a realizar una investigación en donde el hilo
conductor fue la hipótesis de la existencia de un patrón de asentamiento
shipibo que debió ser adaptado a la ciudad. Se intenta encontrar índices de
comportamiento en el medio construido, para ello el estudio se realizó en dos
dimensiones: la colectiva y la íntima. En la primera se analiza la vida en
comunidades shipiba selváticas y en Cantagallo, de esa manera se identifican
mecanismos de asociación, identidad y modelos de crecimiento que puedan ser
adaptados en el proyecto. En la segunda, se analizan las viviendas y la
importancia de un espacio social exterior.
En la selva, el río es el principal flujo de comunicación.
Gracias a él, todas las comunidades generan redes de apoyo, intercambian
productos o simplemente se movilizan de algún lugar a otro. El patrón de asentamiento
está ligado a las redes de parentesco y a las prácticas espaciales de la
comunidad respecto al río. Así, desde el río existe un camino en forma
perpendicular, al final del cual se llega a un gran espacio colectivo –Espacio
social primario- el cual está acoplado a una calle principal que organiza los
diferentes subespacios familiares –Espacio social secundario- en cuyos frentes
se encuentran las viviendas.
En este patrón se puede observar
una transición gradual de lo público a lo privado a través de las distintas escalas
espaciales de la conformación urbana. La gran plaza, rodeada de equipamiento
comunitario (llámese escuela o local comunal); la calle, que relaciona los
subespacios familiares; y finalmente, el espacio social doméstico, el cual
consiste en una extensión de la casa que permite exteriorizar la sala o espacio
social familiar. Todo ello concede riqueza en los grados de privacidad y
promueve la interacción en la comunidad.
En Cantagallo se puede diferenciar tres zonas distintas: en la
primera, más próximo a la Vía Evitamiento, se ubica el Mercado de Malvinas; en
la segunda, existen viviendas taller y habitan algunos shipibos y mestizos; en
la tercera, se ubican viviendas exclusivamente de shipibos. Existen tres
ingresos: dos peatonales y uno vehicular. Para ambos ingresos se debe recorrer
distancias bastante largas, por lo que representan filtros, sin embargo cada
una tiene características particulares. En cuanto escala y actividades en su
recorrido.
DIMENSIÓN ÍNTIMA
La calle se convierte en el
espacio público por excelencia. Los subespacios familiares de la selva, se
yuxtaponen en Cantagallo; por ello, en la calle se exteriorizan muchas de las
actividades de la casa como la sala, la cocina y el área de trabajo. De esta
manera, se reinterpretan prácticas espaciales de la selva. Cuando uno camina
por Cantagallo es muy común ver muchas cocinas caseras que funcionan con carbón
en la puerta de las viviendas, o tal vez alguna mesa con objetos o bancas para
sentarse.
La
forma del asentamiento en Cantagallo ha sido una evolución constante, las
estrategias que han adoptado los shipibos ha sido otorgar cierto grado de
libertad en modificar su medio ambiente para evitar el stress urbano, un
ejemplo de ello es la materialidad que usan en sus viviendas, algunas de caña
para representar espacios selváticos; otras veces pintan sus fachadas para
otorgarle sentido de identidad; han sabido ubicarse en el centro de la urbe,
pero, al mismo tiempo, en un espacio lo suficientemente distante de la trama
urbana. Las calles han ido adecuándose a las necesidades de los pobladores, de
modo que en un momento del día puede ser cocina, por la tarde sala, un fin de
semana estar de reunión, etc.; de esta manera pueden modificar el espacios a
través de elementos móviles para generar diversos lugares.
A partir de esta investigación se plantean una serie de cuestionamientos
para repensar cómo puede ser la vivienda hoy para esta población tan particular.
El proyecto tiene la intención que la relación entre el espacio colectivo y la
vivienda tenga la capacidad de ofrecer lo simbólico y cultural a la vida
urbana; una necesidad indispensable de memoria colectiva; asimismo es una
hipótesis para consolidar la ciudad frente al río, un pretexto para repensar el
borde.
POSICIÓN Y PARTIDO
La primera pregunta que surge es: ¿Dónde deben ser reubicados? Lo común
frente a un proceso de reasentamiento es ser llevados a la periferia de la
ciudad (bajo el artificial pretexto de existir “más espacio libre”), pero mi
posición frente a ello era evitarlo. La razón es bastante lógica; las condiciones actuales de estos espacios tienen
muchos problemas, entre ellos la baja resistencia de los suelos, lejanía de las
zonas productivas y lugares de trabajo, menor oportunidad de acceso al
transporte público y dificultad para alcanzar las redes de agua y desagüe.
Por ello, la idea es propiciar el crecimiento interno, compactando la
ciudad y aprovechando su infraestructura instalada en términos de redes de agua
potable, equipamiento y accesibilidad. Asimismo se pueden conservar las
dinámicas de uso del espacio que los shipibos han desarrollado todos estos años
de experiencia en Lima. Para este fin, una de las posibilidades es utilizar uno
de los terrenos destinados para vivienda dentro del Plan del Proyecto Vía
Parque Rímac y así favorecer nuevas
relaciones urbanas entre la ciudad existente, la nueva área urbana y el río
Rímac.
ESCALA URBANA
La mayor cantidad de proyectos de vivienda por parte del Estado tienen
un denominador común, aprovechar el máximo al espacio construible en desmedro
de otros aspectos importantes, y por
ello tienden a simplemente apilar las viviendas unas sobre otras. De esta
manera (in)voluntaria se crean proyectos que incentivan el aislamiento, las
viviendas no se relacionan unas con otras y las reuniones de propietarios
terminan siendo la única excusa para conocer vecinos.
En la selva la vivienda siempre ha estado ligada a la calle. Son las
plazas, las calles y las terrazas los componentes de interacción que hacen que
el sistema funcione.
Entonces, el proyecto se articula a partir de estos mecanismo: plaza,
calle y terraza; con lo cual la planta baja, media y alta se relacionan de
manera horizontal y vertical a partir de espacios que buscan ofrecer
colectividad. En todo el proyecto se plantean equipamientos como colegio,
lavandería comunal, estacionamiento, área deportiva y sala comunal para poder
satisfacer las necesidades del grupo; asimismo en el primer nivel de vivienda se
ha acondicionado áreas para comercio con el fin de activar el espacio público y
ofrecer la capacidad de generar ingresos económicos para las familias.
VIVIENDA FLEXIBLE
Otra característica de las viviendas construidas en las últimas décadas
se refiere a la poca (o nula) posibilidad de adaptación que ofrecen. Las
viviendas en general se construyen con todos los espacios distribuidos y los
materiales de acabados instalados. Con ello se generan dos situaciones. Por un
lado el precio de la vivienda aumenta, y por consiguiente disminuye la
posibilidad que personas de bajos recursos accedan a ellas. Por otro lado, la
vivienda no permite los cambios que una familia experimenta con los años (mayor
número de integrantes e ingresos
económicos).
El proyecto se piensa como una vivienda semilla flexible. Los núcleos de
servicios (baños y escaleras) se agrupan en un lado y se ofrece, en toda el
área restante, un mínimo de 6 opciones de crecimiento espontáneo (que puede
variar de familia en familia). Además, al ser inacabada, brinda la posibilidad
de personalizar la vivienda al escoger los acabados finales permitiendo así la
apropiación del espacio. Finalmente, el área construida puede aumentar ya que
frece posibilidad de crecimiento en los casos de vivienda dúplex.
MATERIALIDAD
Muchas de las viviendas en Cantagallo están pintadas con dibujos Kene; las líneas y dibujos contienen
símbolos y códigos propios de la cultura shipiba por lo tanto sirven como
mecanismo de identidad frente a otros (diferencia) y consigo mismos (semejanza).
En el proyecto la materialidad del cerramiento de las viviendas es la
madera machihembrada. Se generan
“lienzos” de madera que los habitantes pueden usar para plasmar el kene, así apropiarse poco a poco su
espacio habitable. Con el mismo concepto de generar memoria colectiva se
diseñaron adoquines de concreto que simulan el patrón con el cual ellos llenan algunos
espacios de sus lienzos kene.
CLARIDAD FÍSICA
“Si nuestro objetivo consiste
en construir ciudades para el goce de grandes grupos de personas con
antecedentes sumamente diversos – y ciudades que, además, sean adaptables para
propósitos futuros-, mostraremos sensatez si concentramos atención en la
claridad física de la imagen y que el significado se desarrolle sin nuestra
guía directa… ” (5)
El aspecto cultural es en definitiva el denominador común de toda la
propuesta presentada. En este sentido,
el espacio conformado
por lo permanente
(módulo de vivienda) tiene una fuerza, potencia y claridad tal que
permite flexibilidad en su configuración espacial interior. El espacio tiene
tal fuerza que logra albergar el frenesí del día a día familiar. Tanto la dimensión íntima
como dimensión colectiva
se conjugan para
formar una sola propuesta en el caso de la vivienda. La
plaza, calle y terraza deben, al mismo
tiempo, servir para reunir y para
aislar. Facilitar en los futuros habitantes la generación de memoria colectiva.
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(1) El kené es el término que, en lengua
shipiba, designa al característico sistema de diseño del pueblo shipibo-konibo
y que se expresa sobre diversos soportes como tela, madera y cerámica. Declarado
Patrimonio Cultural de la Nación según resolución del INC (RDN No. 540/INC –
16, abril, 2008).
(2) Población
aproximada, ya que a la fecha, todavía no se cuenta con los datos del Censo que
elaboró Datum en Julio del 2012.
(3) Futuro
parque de 25 hectáreas de áreas verdes, infraestructura deportiva, recreativa y
comercial localizada en Cantagallo (Km 6.5 de la vía Evitamiento).
(4) Proyecto que
comprende la construcción de nuevas vías, aumento de áreas verdes y
mejoramiento de condiciones ambientales de 6 Km del Río Rímac.
(5) Lynch, K.
(1974). La imagen de la ciudad. Buenos Aires. Ediciones Infinito.
P
PPANELES DEL CONCURSO TIL_TALLER DE INTEGRACIÓN LATINOAMERICANO DONDE LA PROPUESTA DE JAVIER LAZARTE FUE SELECCIONADA
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El CreArturo
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viernes, 12 de septiembre de 2014
en
13:41
Ubicación:
Lima, Peru
Museo de Paleontología. Costa Verde, Lima - Proyecto de Fin de Carrera
Etiquetas: #5 HABITAR EL DESIERTO, costa verde, desierto, lima, Martin Montañez, PFC-FAU-PUCP
Martín Montañez
Contexto
Si
se presta atención a las caras de los farallones de la Costa Verde es posible
apreciar una serie de líneas y texturas producto de los estratos y sedimentos
que se han ido acumulando a lo largo de millones de años. Por ello, la masa del
acantilado es un elemento que permite medir el tiempo. Así pues, se puede hacer
un recorrido vertical por las diferentes eras geológicas comenzando en la parte
baja, en donde se encuentran depositados los sedimentos más antiguos, y
terminar en la parte alta de la ciudad, la cual representa el presente.
Programa
Partiendo
con esta observación, se decidió llevar a cabo una investigación que permita
relacionar esta particularidad del acantilado con un hecho o situación afín a
las ciencias geológicas. Como resultado, se concluyó que la paleontología,
ciencia que estudia los seres vivos que habitaron nuestro planeta en eras
pasadas, ofrecía los elementos necesarios para vincular el estudio del pasado
con los acantilados de la Costa Verde al enfatizar las épocas extintas en su
composición morfológica.
La
siguiente etapa de la investigación se centró en conocer la situación de la
paleontología en el país. Se descubrió que el Perú posee una de las mayores
diversidades de fósiles en América en tanto es posible encontrar una amplia
variedad de especies extintas desde Piura hasta Puno.
A
partir de esto, se decidió proponer la creación de un museo que pueda acoger las
piezas más valiosas en un espacio que permita comprender en perspectiva
histórica la evolución de las especies extintas, con la verticalidad de los
acantilados de la Costa Verde como herramienta de medición temporal.
Lugar
La
elección del lugar se realiza a partir una serie de premisas. La más importante
es ubicar el museo en una de las bajadas de la Costa verde sin irrumpir en el
acantilado pues ello significaría no solo la transformación del lugar sino
también un atentado para la composición de los farallones que han sido labrados
por la naturaleza durante miles de años. No obstante, todas las bajadas han
sido transformadas durante la implementación de la pista de la Costa Verde, por
lo que resultan lugares ideales para intervenir ya que no se atenta contra una
morfología natural sino contra andenes construidos en la década de 1960. Por
otra parte, la presencia de la pista en la Costa Verde facilita la
accesibilidad al lugar sin tener que afectar las calles de las zonas
residenciales, la misma bajada funcionaría eficientemente como llegada al museo,
pues al tener una sección importante, no resultaría un problema el manejo de flujos.
Finalmente, la ubicación del museo generaría un recorrido prolongado desde la
ciudad que disociaría el local de la trama urbana, con lo cual aquel sería percibido
como un lugar y no como un edificio más.
Se
concluyó que la Quebrada de Armendáriz es el lugar ideal para la ubicación del
museo. Así pues, las principales características de la Bajada de Armendáriz son
su excelente accesibilidad, tiene nodos y paraderos importantes a poca
distancia, la ausencia de programas consolidados en ella como el resto de las
bajadas, lo cual genera desde el inicio de su descenso un aislamiento de la
ciudad más prolongado, y una topografía amigable puesto que posee laderas menos
verticales y superficie suficiente para acoger un edificio.
Estrategia
Una
vez establecidos estos parámetros se propone un método constructivo que vaya acorde
con las particularidades del terreno y que, a su vez, posibilite descender en él
generando cavidades en las cuales se puedan exponer las piezas. Con ello se produciría
un contexto en el cual las piezas estarían expuestas en espacios acordes con su
tiempo. Así mismo se toma en cuenta que si bien el acantilado posee buena
resistencia a cargas portantes, éste igualmente ejercerá cargas laterales sobre
el edificio. De la misma manera, se considera que la composición del acantilado
hace que el desprendimiento de tierra y piedras sea frecuente, sobre todo en
casos de sismos o vibraciones. Para ello se plantean el uso de unidades
cilíndricas que permitan absorber los esfuerzos laterales de compresión,
generando en determinada posición espacios de recorrido entre ellos. A su vez, al
ser elementos verticales, éstas permiten trazar diversas profundidades de
acuerdo a lo que se expondrá en su interior generando niveles de aislamiento y
escalas que permitan diferenciar períodos geológicos. Cada cilindro acoge un
ecosistema extinto y, en su interior, una circulación vertical que lleva de la
parte más profunda a la más superior o viceversa.
Diseño
Con
los elementos del edificio definidos, se inició el diseño de este. Para ello se
decidió ubicar los cilindros de manera tal que narren la relación de
ecosistemas y antigüedad en que se encuentran unas piezas respecto a otras. Para
poder generar un recorrido entre los cilindros se propone alterar la sección de
algunos, convirtiéndolos en cóncavos y convexos, con lo cual se podría generar
pases entre ellos y así acceder a espacios de transición entre las salas. A
ellos se suman cilindros patio como lugares de descanso y exposición al aire
libre dentro del recorrido.
Una
vez establecidos los cilindros en el terreno, se tiene una contención de la
parte alta de la ladera. A partir de
ello se plantea ubicar en la parte baja un bloque de servicios que aloje el
hall de ingreso, un área de exhibición temporal para exposiciones itinerantes,
servicios para los visitantes, laboratorios, depósitos para la colección y una
zona de abastecimiento que se comunique con la vía de la quebrada. Con ello se
propone una dualidad entre el bloque de salas que funciona como contención y el
bloque de servicios, que al no tener que soportar esfuerzos laterales, se compone
con áreas ortogonales que permiten una mejor funcionalidad para acoger espacios
servidores.
Edificio
Todos
los caminos de la Quebrada de Armendáriz llevan a uno solo que desemboca en un
corredor, compuesto por un muro y un tajo abierto, que a su vez conducen a una
plaza ubicada encima del bloque de servicios del edificio. Esta plaza posee una
serie de tubos enterrados que permiten al usuario ver hacia abajo las piezas alojadas
en la sala de exposiciones temporales, lo cual funciona también como un atrio y
conforma un espacio público para el lugar. Para acceder al museo se puede descender por medio de
escaleras o un elevador que va mostrando los estratos durante el recorrido con
la finalidad de familiarizar al visitante con lo que va a encontrar en el museo.
Desde
el hall se accede al corredor de distribución, en el cual se elige que sala
visitar para empezar el ascenso y descenso por los cilindros. Si bien los
patios son lugares de descanso y exposición de piezas al aire libre, su función
principal es acoger a los grupos guiados antes de ingresar a la siguiente sala
y, de esta forma, mantener un orden entre los diversos grupos de visitantes. Las
piezas expuestas se ubican en los muros de cada cilindro de manera cronológica, mientras que la
infografía se ubica en una barra que se encuentra a lo largo de toda la espiral
y que funciona a su vez como una gran línea de tiempo recorrible.
Reúso
Ricardo
Bofill demostró la versatilidad de los cilindros hace más de 30 años, cuando en
Barcelona reutilizó unos silos que almacenaban cemento para ubicar sus oficinas
en ellos. Con esto se demuestra que es completamente factible hacerlo. Lo que
el edificio plantea es generar algo inverso, el cilindro que funciona como
edificio tal vez pueda funcionar como un silo en un futuro lejano. Las
posibilidades son muchas como la de, por ejemplo, ser utilizados como tanques
de agua de una planta desalinizadora cuando dentro de 200 años el planeta se
quede sin agua dulce, sin que esto tenga que afectar una transformación
importante de la volumetría y el paisaje de la Costa Verde.
Publicado por
El CreArturo
en
miércoles, 10 de septiembre de 2014
en
22:56
Ubicación:
Lima, Peru
HOSPEDAJE EN LA LAGUNA HUAMANPATA - PROYECTO DE FIN DE CARRERA
Etiquetas: #4 HABITAR LA AMAZONÍA, amazonía, Demóstenez Mori, PFC-FAU-PUCP
Demostenez Mori
El proyecto de un hospedaje
situado en la laguna de Huamanpata, en la selva alta peruana en la región
Amazonas, lo sustenté el año 2009 y desde allí
he tomado distancia del mismo. Creo que es útil ocuparme del proyecto justamente
desde esta distancia con la que cuento ahora, y luego de haber profundizado en estudios
sobre el paisaje y ser consciente de que mi Proyecto de Fin de Carrera (PFC)
está sujeto a un compromiso con el mismo.
Un sentimiento que me ocasionó el
PFC fue cierta incertidumbre, puesto que culminé mis estudios de pregrado con el
proyecto más simple, espacial y programático, que he diseñado en la
universidad.
Como se observa en la Figura 1,
se trata de un edificio pequeño y de un programa mínimo. Son dos volúmenes de servicios conectados por una
pasarela, la que permite el adosamiento de las habitaciones. En ese momento definí
que las habitaciones eran lo más importante para el proyecto, debido a que se trataba de un hospedaje para observar aves
y mariposas en las cercanías de la laguna.
Pero con un proyecto así de mínimo
debía responderme a la pregunta ¿cuál es el aporte arquitectónico?
Figura 1.- Única planta del hospedaje.
Mi inquietud fue discutida el
mismo día de la sustentación, cuando hablé con el arquitecto Michael Leymarie
(quien había realizado también arquitectura flotante en la selva) acerca de
cuáles fueron las motivaciones para diseñarlo en ese lugar específico. Como
mencioné anteriormente, el proyecto está sujeto a compromisos con el paisaje,
situación de la que me había ocupado indirectamente pues en ningún momento fui
absolutamente consciente de ello.
Resulta que el proyecto termina
siendo pertinente para el sitio en el que se encuentra, esto no fue posible sin
una mirada escrupulosa a los condicionamientos que determinan el programa y guían
el diseño del proyecto. Esta mirada es quizás lo más importante para que un
proyecto sea exitoso: un buen entendimiento del territorio. Un proyecto nunca
se comienza con un lienzo en blanco.
Retomando mi inquietud inicial,
podría pensarse que el proyecto es muy poco complejo para un PFC. Pues resulta
que esto no es cierto debido a la relación que mantiene con el paisaje.
Generalmente los arquitectos pensamos en una arquitectura compleja cuando está
en un entorno urbano consolidado y con preexistencias que la afectan. Y se
llega a pensar la naturaleza y el paisaje como un vacío a llenar. Pues esto no
es así, las relaciones que engloba un entorno natural son diferentes a las de
las ciudades pero cuentan también con un gran nivel de complejidad. Las
herramientas para entender el paisaje pueden ser más difíciles de reconocer y utilizar
que las usadas por el repertorio urbanístico.
Un reconocimiento cabal del paisaje
en el cual intervenir pasa por un estudio exhaustivo de la estructura y organización
del territorio, y más aun, ser conscientes de lo complejo que este estudio
puede resultar. Esto sitúa al ser humano no como un mero transformador de la
naturaleza sino principalmente como intérprete
de ésta.
El proyecto no es sólo el
edificio, el proyecto es toda la laguna,
esto se explica por las interrelaciones que se establecen entre el proyecto en
si y la propia naturaleza pues el hospedaje responde a dos condiciones totalmente
opuestas en el sitio: cuando no es una laguna y cuando lo es. El paisaje cambia
rotundamente cuando las lluvias convierten al río a una extensa laguna en pocos
días, esta condición es lo más particular del sitio y el proyecto funciona en
ambos casos, trabaja como un edificio anfibio (Figura 2).
Figura 2.- El hospedaje en época de pocas lluvias.
En segundo lugar, las
habitaciones pueden desprenderse del hotel cuando éste flota, de manera que los
observadores pueden llegar hasta los mejores sitios para apreciar las aves y
mariposas navegando por las aguas que son muy calmadas por lo llano de la
topografía y por los pocos vientos (Figura 3).
Otro aspecto importante es el
cuidado en el tratamiento de los residuos, éstos se colectan y luego tratan
pero externamente al hospedaje.
Figura 3.- Habitación navegando autónomamente.
Por último, está la imagen de la
laguna. Es propicio señalar aquí que el paisaje es en primer término una imagen,
y en el caso de la laguna ésta se ve alterada por la presencia del nuevo
elemento en el territorio (Figura 4), es éste quizás el aspecto más subjetivo y
delicado del diseño, no obstante, se debe ser consciente de que el paisaje siempre está cambiando, y no
existe en el mundo territorio no afectado por el hombre.
Figura 4.- El hospedaje en el paisaje de la laguna.
Es imposible pensar que el hospedaje
pueda estar en un territorio distinto al de esta laguna debido a que las
habitaciones flotantes introducen el paisaje en la intimidad. Lo que es
importante reiterar para finalizar este artículo, es que se desarrolló como un elemento
que a su vez trabaja con otros elementos del sitio, los estudia y dialoga con
ellos. Algo de lo que estoy seguro es que hubiera sido mucho menos productivo
iniciar con ideas preconcebidas de lo que debería ser un hospedaje.
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*El objetivo del proyecto es observar
los animales y la naturaleza. Entonces en vez de hacerlo desde una balsa o un
mirador, se propone hacerlo desde el mismo lugar para habitar, desde una
habitación. Que la arquitectura (medio por el que el hombre puede habitar) se
introduzca temporalmente, de manera efímera en la naturaleza. Se busca
intensificar la relación de la persona con la naturaleza al introducir la
intimidad de la habitación en ella. El individuo tiene la libertad de
intensificar su nivel de relación con la naturaleza, distanciándose del grupo
humano. Existen niveles de riesgo y relación que el habitante puede elegir. Se
genera la independencia del módulo, en la autonomía de la movilidad para que se
intensifique el placer al natural.
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*Es importante ser consciente que
llegar a una gran simplicidad es justamente la mayor dificultad al momento de
proyectar. Vale la pena mencionar que el programa no la daba la cátedra, sino
los mismos estudiantes. Realizar un edificio que sea síntesis de todo lo que engloba la arquitectura (territorio,
paisaje, programa, economía, etc.) requiere de mucho trabajo. Se debe entender
lo simple como cualidad, resultado de un proceso de purificación (claridad) de
la arquitectura.
Publicado por
El CreArturo
en
martes, 9 de septiembre de 2014
en
22:05
Ubicación:
Amazonas, Perú
Amazonía: proyecto territorial y perspectivas en conflicto
Etiquetas: #4 HABITAR LA AMAZONÍA, amazonía, artículo principal, José Canziani, Luisa Belaunde
José Canziani / Luisa Belaunde
Fig. 1 - Ashaninka
del río Pachitea. Foto de C. Kroehle (ca. 1890).
Desde el espejismo colonial del mítico El Dorado, la Amazonía se imaginó y pensó como un espacio salvaje a conquistar. No obstante los siglos transcurridos y las transformaciones que desde ese entonces se han sucedido en los contextos económicos, sociales y culturales, las visiones de la modernidad nacional centralizadas en Lima continúan perpetuando este imaginario en un conjunto de versiones y propuestas que expresan una postura neocolonial hacia los territorios amazónicos y sus habitantes (Espinoza 2007).
Desde esta perspectiva, la selva amazónica es una suerte de geografía predestinada para la extracción de todo tipo de recursos; un territorio capaz de soportar importantes proyectos orientados a lograr un supuesto desarrollo nacional. Así, desde los terribles tiempos de la explotación cauchera a inicios del siglo XX y las masacres de la población indígena acontecidas en el Putumayo y otros lugares, se ha producido una sucesión de intervenciones que continúan dejando como secuela profundas huellas en la gente, los ríos y los bosques amazónicos.
La vastedad del área que abarca la Amazonía en el continente sudamericano y en especial en nuestro país, donde comprende más del 60% del territorio nacional, como también la diversidad y complejidad de los problemas que la afectan, a partir del creciente nivel de inversiones e intervenciones de distinto tipo que se ejecutan o que se proyectan realizar en su territorio, exigen no sólo un examen crítico de estas perspectivas de desarrollo, sino también establecer de forma consecuente nuevas formas de pensar y plantear proyectos alternativos de desarrollo territorial, bajo el concepto central de que permitan formas sostenibles de desarrollo, incorporando la preservación de la identidad cultural de estos territorios, es decir del patrimonio biofísico y cultural de sus habitantes; que fomenten la mejora de las condiciones de vida y propicien la participación cultural viva de sus pueblos.
Como base de reflexión general para plantear estas nuevas perspectivas de desarrollo territorial proponemos cuatro puntos que nos parecen centrales y que a continuación desarrollaremos brevemente:
1) Recuperar la historia de la Amazonía y la memoria de las poblaciones indígenas, ribereñas y mestizas que la habitan, tanto en las áreas rurales como las urbanas.
2) Aproximarnos a las visiones indígenas y locales del territorio y al entendimiento de los conflictos que compromete nuestra visión limeña centralista.
3) Establecer un diagnóstico del estado de la cuestión territorial, desde una perspectiva crítica de los modelos de desarrollo que actualmente se imponen en el territorio.
4) Explorar nuevas alternativas que establezcan en términos distintos las bases del proyecto territorial.
1. Recuperar la historia
del territorio
En términos territoriales, la
Amazonía peruana abarca una extensión de 77.5 millones de ha, es decir un área
que corresponde a algo más del 60% del territorio nacional. Sin embargo, de
utilizar el criterio más amplio que corresponde al de la dimensión de la cuenca
amazónica, esta área resulta aún mucho mayor: 96 millones de ha, es decir una
extensión que corresponde al 75% del territorio de nuestro país (Dourojeani et al. 2010).
Un territorio que si bien en el
imaginario limeño centralista se caracteriza simplemente como el de un uniforme
bosque húmedo tropical, en realidad comprende una gran diversidad de espacios
ecológicos de naturaleza distinta. Imaginario centralista que también niega la
historia de la habitación humana de la selva y asume este territorio como el de
un espacio prístino propio de una selva virgen, cuando la realidad revela un
paisaje cultural, no solo porqué el medio está incorporado a la cosmovisión
indígena, sino también por las modificaciones que las comunidades de pobladores
de diversa índole: indígenas, ribereñas y mestizas, operan en él.
En términos poblacionales
actuales, el censo del 2007 reporta que la población de la selva era de 3’675
mil habitantes, o sea correspondía al 13.4% del total de la población nacional,
en la cual se observaba un crítico índice de pobreza del 48%. En términos
étnicos, la población indígena se agrupa en alrededor de sesenta pueblos que
suman un población de unas 333,000 personas, el 9.1% de la población de las
regiones de la selva.
Sin embargo, para poder
comprender y poner en contexto las actuales dinámicas territoriales como
poblacionales, es imprescindible revisar
la historia de la Amazonía y especialmente recuperar y revalorar la memoria y los
conocimientos de las comunidades nativas que milenariamente habitaron y habitan
este territorio. Comunidades indígenas que con una creatividad sorprendente han
generado saberes adecuados sobre el manejo sostenible de sus recursos,
persistiendo en la preservación y la transformación de sus conocimientos y
prácticas, respondiendo a los contextos de cambios y ejerciendo la resistencia
frente a las múltiples presiones a las que están siendo sometidas de forma
creciente.
Desde el punto de vista territorial, la arqueología y la historia de la
Amazonía revelan tanto una milenaria ocupación del espacio, como también una
dinámica de permanentes y distantes desplazamientos por parte de distintos
pueblos lingüísticos. Estos datos hablan también del despliegue de diferentes
estrategias de ocupación del territorio y del manejo de sus recursos por medio
de la integración de la caza, la pesca, la recolección y la agricultura, con el
establecimiento de distintas formas de asentamiento a lo largo de los ríos y de
los espacios interfluviales.
Grandes cambios en el espacio amazónico se han producido a partir de
fines del siglo XIX e inicios del XX, especialmente con la explotación del
caucho, lo que generó la caída poblacional de muchas comunidades indígenas por la
mortalidad generada por las enfermedades introducidas, la explotación
esclavista y el castigo mediante prácticas de exterminio; mientras a nivel
territorial significó su desplazamiento a zonas ecológicas distintas de las
usualmente preferidas en su modo de vida, al igual que cambios en los patrones
tradicionales de asentamiento y en las propias tipologías arquitectónicas.
Paralelamente se inician procesos de inmigración y la instalación de
poblaciones mestizas de carácter ribereño, que se articulan con un naciente
proceso de urbanización, que tiene a la ciudad de Iquitos como una privilegiada
protagonista. Actualmente, la Amazonia es sujeta a una pujante migración de
pobladores andinos dedicados a la agricultura y la crianza de animales, pero
que también suele involucrarse en actividades altamente destructivas y hasta
ilegales, como la deforestación, la minería informal y la producción de coca
para el narcotráfico (Belaunde 2011).
A partir del boom cauchero se comienza a imponer el dominio de una lógica
urbana en el manejo del territorio amazónico, donde la implantación de ciudades
viene asociada al creciente predominio de una economía de matriz urbana y a la acelerada
demanda de recursos naturales por parte del mercado global. Directrices que
hasta el día de hoy imponen las formas del desarrollo territorial en la
Amazonía y las consecuentes pautas que orientan las políticas del gobierno
central para esta vasta región de nuestro país.
Fig. 3 - Andoas. Efectos visibles de la
degradación territorial generados por la extracción petrolera y la instalación de
la planta de procesamiento a orillas del río Pastaza (Google Earth).
2. Aproximación a la visión
indígena del territorio
La aproximación a la historia de la Amazonía revela como una constante
una historia subyacente de conflictos, entre la visión indígena del territorio
y nuestra visión occidental o “occidentada”. Nuestra visión plantea una perspectiva
dicotómica y de contraposición entre sociedad y naturaleza, donde esta está allí
para abastecernos de recursos y, en última instancia, ser dominada por nuestros
supuestos poderes superiores. En términos territoriales y urbanísticos esta
visión se traduce en una óptica cartesiana y planimétrica, donde el territorio es
alienado de su memoria social y se representa en una cartografía que se reduce
al registro físico, superficial y estático de una realidad territorial que es compleja
y cambiante, tanto desde el punto de vista natural como cultural.
Cartografía en la que se demarcan arbitrarios límites territoriales, que
responden a criterios de administración política y donde se inscriben los
límites de la propiedad privada, o de las concesiones otorgadas por el Estado
para la explotación de los recursos naturales. Mapas donde se trazan las vías
existentes o proyectadas y otras obras de infraestructura. Es decir, un
conjunto de decisiones e intervenciones que se trasladan a un instrumento
planimétrico ajeno a la realidad compleja y a la memoria del territorio en
cuestión, dado que prescinden del punto de vista natural y social de los
habitantes locales. De esta manera, en estos planos se traza lo que agentes
extraterritoriales deciden en cuanto a proyectos de inversión e intervención, y
el tema crítico es ese, que lo representado en mapas y planos bajo esta
modalidad, finalmente termina proyectándose de una forma cruda y dura en las
intervenciones que se operan en el territorio.
La concepción indígena plantea, una percepción indisoluble entre la gente
y los seres del entorno, con los cuales se relacionan como si todos los
habitantes de los bosques y los ríos compartiesen, en cierta forma, una misma
naturaleza humana (Viveiros de Castro 2004). Por esta razón en la cosmovisión
indígena es frecuente la consideración de que el espacio habitado hace parte constitutiva
del propio cuerpo humano, el cual es, a su vez, indisoluble de las redes de
parentesco que unen a las personas entre sí, incluyendo a los diversos seres y
espíritus del entorno que sustentan su alimentación y crecimiento. Con
frecuencia, el territorio es entendido como una secuencia de espacios
concéntricos, que parten de la vivienda que se habita y que se extienden
sucesivamente a las chacras de los alrededores, a los bosques y ríos próximos
donde se pesca, se caza y recolecta, a los espacios más alejados que comportan
recorridos de varios días, hasta alcanzar los espacios lejanos y escasamente conocidos,
donde la memoria individual y ancestral se diluyen progresivamente. Por lo
tanto, es un territorio concebido con una lógica de habitación, y no de
apropiación, que parte del centro del espacio donde se encuentra el hábitat y
que no tiene límites definidos sino más bien bordes porosos en relación a la coexistencia
con otros grupos, espíritus y seres del agua y el bosque con los que se comparte
determinados espacios territoriales (García Hierro y Surrallés 2004).
El conflicto entre estas dos concepciones absolutamente distintas, puede llegar
a cristalizarse de forma dramática, por ejemplo, en el proceso de titulación de
las comunidades nativas. En este caso, se hizo patente la negativa estatal a
reconocer los territorios indígenas ancestrales -no solamente en su extensión,
sino sobre todo en su concepción- lo que condujo al desmembramiento y reducción
de las comunidades a partir de las tierras asignadas con una lógica muy
distinta. El otorgamiento de títulos de propiedad comunal estableció entonces una forma de
delimitación del territorio que no se correspondía con el modo de vida indígena,
ya que la definición de las extensiones de tierras reconocidas se fundamentó
básicamente en criterios agronómicos, y por lo tanto sustancialmente distintos
y ajenos a las actividades y prácticas territoriales de las poblaciones
originarias de la Amazonía. Este concepto estático de “territorialidad” ha obligado
al sedentarismo, dado que debe de haber una “comunidad” asentada en ese
territorio, conduciendo así al aislamiento con relación a otras comunidades del
mismo grupo étnico y a la fragmentación del territorio indígena (Chirif 2006).
3. Establecer un
diagnóstico del estado de la cuestión territorial
Si examinamos los proyectos de inversión que
interesan la región amazónica podemos sorprendernos tanto por la diversidad de
su carácter, como también por su gran envergadura y severos compromisos
territoriales. Pero sorprende aun más constatar como este tipo de
intervenciones, proyectadas o en ejecución, se superponen política, económica y
cartográficamente.
Esta vorágine de inversiones
que se planean realizar en la Amazonía en la próxima década por parte del
Estado y grupos de inversionistas, son escasamente conocidas y están orientadas
tanto a la explotación de distinto tipo de recursos naturales, como a la
construcción de grandes obras de infraestructura en la región. Una fuente de
consulta obligada al respecto ha sido la publicación de Amazonía Peruana en
2021 (Dourojeanni et al. 2010). Efectivamente, en este libro se lanza una documentada
alerta crítica de lo que significaría la realización de todos estos proyectos
propuestos para la Amazonía, sus serios compromisos ambientales como sociales y
sus repercusiones territoriales, que en muchos casos podrían tener
consecuencias irreversibles. Esta perspectiva crítica se refuerza ante la
constatación de que la mayoría de estas intervenciones son de escaso beneficio
regional e inclusive nacional, mientras que las externalidades negativas
dejarían una pesada y lamentable huella en la región.
Entre las obras de infraestructura más
impactantes, podemos mencionar las carreteras de penetración y las
interoceánicas. Es evidente que las carreteras constituyen importantes
instrumentos de desarrollo territorial, resolviendo los requerimientos de conectividad entre regiones y, en articulación
con las redes viales locales, favoreciendo los flujos de transporte de la
población, de bienes y recursos. Pero tampoco se puede dejar de observar que
cuando estas obras se desarrollan sin ninguna planificación y ordenamiento
territorial; a lo que se agrega la escasa o nula regulación del uso del suelo y
de las actividades territoriales por parte de las entidades estatales, resulta en
paralelo un proceso de severa degradación territorial y medio ambiental, que se
encuentra en las antípodas de lo que podemos concebir
como desarrollo territorial, si asumimos el término en su sentido integral.
Para esto bastaría ver las consecuencias de la llamada carretera Marginal
de la Selva, que si bien ha fomentado la articulación territorial y el
desarrollo urbano de ciudades emplazadas en la ceja de selva, también ha traído
como consecuencia un intenso proceso de deforestación y de degradación de
suelos, a raíz de la agricultura temporal y de la proliferación de los cultivos
de cocales asociados al narcotráfico. Al respecto se puede constatar como se
concentran las áreas de cultivo de coca en directa asociación con las áreas
accesibles por carreteras, ya que por ellas no solamente sale la droga sino que
también llegan los insumos químicos para producirla (García y Antezana 2009).
Otro aspecto no menos importante corresponde a los procesos migratorios de
“colonización”, que se desencadenan de forma descontrolada y que se orientan a ocupar
suelos ahora accesibles por las carreteras, donde se aplican prácticas agropecuarias
que no corresponden a la naturaleza del medio y, lo que es más grave,
ejerciendo la presión y el desplazamiento de las comunidades nativas, que de
esta forma terminan siendo expoliadas de su territorio.
Un proceso similar y quizás mayor en cuanto a degradación territorial, se
está ya produciendo en asociación con la vía interoceánica del sur, con el
desencadenamiento de la minería informal del oro en localidades de Madre de
Dios, como es el caso clamoroso de Huaypethue, donde se registra la destrucción
y desertificación de unas 10,000 ha de bosque amazónico, además de la
contaminación de todas las aguas de los ríos de esta parte de la cuenca, por los
insumos químicos utilizados en esta actividad ilegal.
Otros proyectos de infraestructura que se proponen y comprometen severos
impactos territoriales son las hidroeléctricas. Entre estas Inambari, Sumabeni,
Pakitzapango, Urubamba, Vizcata, y Cuchipampa, cuyas líneas de transmisión
serían integradas al sistema brasileño, por lo que no resulta extraño que este
país se constituya en el principal promotor de estos proyectos, ya que de ellos
obtendría los mayores beneficios, como también parece ser el caso de las
carreteras interoceánicas.
Estas hidroeléctricas traen graves consecuencia en el ámbito territorial,
con profundos trastornos ecológicos en el medio ambiente, derivados de las
extensas áreas de inundación que generarían: 40,000 ha en el caso de Inambari, 73,000
ha en Pakitzapango, donde además se afectaría a las poblaciones ashaninka que
habitan la zona.
Otros aspectos no menos importantes a considerar
en estas proyecciones que solo mencionamos brevemente, son las concesiones de
hidrocarburos y mineras, así como las concesiones forestales, que con su
inmensa geometría de lotes se superponen a las áreas naturales protegidas y a
los territorios de las comunidades nativas.
4. Explorar alternativas para
establecer en nuevos términos el proyecto territorial.
Frente a esta compleja y crítica realidad territorial, es urgente y
necesario explorar nuevas alternativas que, dejando de lado planteamientos utópicos
de retorno a tiempos pasados, intenten reencauzar este proceso de cambios, incorporando
el rol protagónico que les corresponde a las comunidades indígenas y mestizas
que habitan la Amazonía.
Una gran tarea es revisar y reproponer las relaciones urbanos rurales,
para ver de reconducirlas a formas más armónica y equitativas, en el marco de
propuestas de desarrollo territorial integrales y sostenibles. Acompañadas del desarrollo
de obras de infraestructura, siempre que estas estén dotadas de adecuados
instrumentos de gestión y gobernanza, que eviten su transformación
en herramientas de aceleración descontrolada de la depredación de bosques,
suelos y ríos. Reproponiendo, con la activa participación de los pobladores
indígenas, ribereños y mestizos, nuevas formas de desarrollo territorial que
contribuyan a mitigar los impactos que han afectado su territorio y los
recursos que garantizaban las formas de vida ancestrales, sustentadas en la
caza, la pesca y la recolección, acompañadas por el cultivo en las chacras.
Alternativas que exploren y planteen la remediación de la degradación
territorial y, por otra parte, impidan caer en la pasiva aceptación como únicas
salidas del desarrollo, en la minería (formal e informal), la extracción de
hidrocarburos, o en otras prácticas que desencadenan la degradación ambiental
(como la deforestación o el cultivo y procesamiento de la coca para el
narcotráfico) y, salvando las distancias, poniendo en cuestión los
emprendimientos agroindustriales que comprometen grandes extensiones de
territorio con la práctica del monocultivo, como el de la palma aceitera, que
significan la imposición de un “desierto verde” en los términos de la extinción
de la diversidad ecológica propia de los territorios amazónicos.
En este marco, un gran reto es como orientar y hacer efectivo el uso del
canon regional para impulsar la construcción de nuevas plataformas de
desarrollo que respondan a las aspiraciones de los pueblos amazónicos, que
eviten caer en el asistencialismo, en la aculturación forzada y en la creciente
dependencia de la monetarización, que disuelve los lazos comunales de
reciprocidad, entre otros aspectos.
Como arquitectos, urbanistas y territorialistas debemos integrarnos al
análisis y la búsqueda de las mejores soluciones, a la concepción de las
propuestas proyectuales pertinentes, a través del despliegue de nuestras
herramientas naturales de intervención: el proyecto arquitectónico, el proyecto
territorial. Bajo el concepto de que así como en las entidades urbanas sigue
vigente la demanda por el derecho a la
ciudad (Lefebvre 1978), este no será completo si no lo integramos al
reclamo por el derecho al territorio.
Fig. 6 - Embarcadero en Santa María de Nieva
(Foto J. Canziani 2012).
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2004 Perspectivismo y
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